8.2.07

Inevitablemente, se esfuman.


Qué rápido se pasan los días. Hace mogollón de tiempo que no tengo ganas de escribir nada. Podría ser porque no tengo nada que contar, pero sabiendo como sé cómo soy... es porque me da pereza. Ya he perdio comba.


Algunas veces he pensado cosas que hacen que sienta ese cosquilleo tan familiar que no se me olvida. Y que se me olvidan mucho. Esas cosas que me gusta pensar y alargarlas, alargarlas... y que cuando se acaban me prometo que la próxima vez no voy a dejar que se escapen. Que las arrastraré de los pelos, cual cavernícola, para que vuelvan conmigo a mi cueva. Siempre queda el último intento para intentar retenerlas.

Pero, inevitablemente, se esfuman, huyen de mí (el Coyote) como un Correcaminos. Bip Bip.

Después del cosquilleo llega el vacío, pero nunca el temido pantallazo negro, siempre queda algo flotando de naturaleza desconocida. Nunca más voy a poder recuperar lo que he perdido. Y esto resume (rematadamente) bien lo que ahora siento.

No es nostalgia, ni tampoco ganas de repetir lo que ya ha pasado. Será que a nadie le gusta perder, y menos algunas pequeñas cosas que son suyas. Bueno, que eran suyas. A nadie, digo.

Perder me produce desconcierto, como bien dices a veces, como si te pusiesen una cacerola en la cabeza y le pegasen con un palo. O como cuando empiezas a dar vueltas sobre ti y te paras. Entonces, mientras tu cuerpo se debate entre caerse o no, sientes un poco agradable aturdimiento, y ves, desde el mareo y el respeto, lo que ya estás acostumbrado a ver todos los días de forma distinta.

Pero perder cosas también da una extraña nueva energía, acelera el cambio que produce el avance. La gente que sabe de esto dice que para dar un paso largo hay que retroceder tres. Lo que no sé yo es si son largos o cortos.

Y lo último, si no pides nunca, si no tienes sueños, ¿qué vas a cumplir?.